No quiero que te abrumen mis problemas,
mi obtusa inclinación a los tormentos,
mi vértigo imantado a los abismos,
las ganas de vivir que nunca encuentro.
Tampoco ver la cara que te muestro
-e imploro tu perdón: no tengo otra-
calcada en las facciones de tu rostro
las veces en que intentas comprenderme.
¿De qué le sirve a un ciego que se apaguen
farolas y bombillas, candelabros;
echar insecticida a las luciérnagas?
Exprímete la vida y bebe el zumo.
Broncea al sol el blanco de tus dientes.
Contágiame esta noche cuando vuelvas
por transmisión venérea tu entusiasmo.
Perdón por lo prosaico, pero ¿por ventura estás diciendo que las penas se quitan a base de polvos? Que no digo que no sea mala idea, no se equivoque...
ResponderEliminar¿Y cómo le contesto yo ahora sin quedar como un cochino? Con lo elegante que quedaba en el poema...
ResponderEliminarAfirmativo, Alberto. Afirmativo.
Folleu, folleu, que el mon s´acaba!!!
ResponderEliminarPues eso, querido doctor.
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