Perdóname haber sido el más imbécil
de todos los imbéciles del mundo
-y mira cuántos somos, no me digas
que tiene poco mérito lo mío-.
Perdóname también si algunas veces
no supe valorar en su medida
-pues no era un sacrificio- tu paciencia,
la fuerza primordial de tu sonrisa
para reedificar lo que he arramblado
como una Mary Poppins de un chasquido
poniendo orden al caos de mi mente.
Perdóname y olvida mis desplantes
-te pido otro perdón inmerecido-
mis insufribles cambios de carácter:
Me tienes que aguantar. Te necesito.
Se agradece, como siempre, la valoración.
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